19 de diciembre
de 1974. En La Algaida,
algunos no olvidan esa fecha. Ese día llegó la luz a esta colonia gaditana
adosada al río Guadalquivir, a Doñana y a Sanlúcar de Barrameda. Que se sepa,
Dios no intervino en el milagro, pero la luz se hizo en La Algaida el 19 de diciembre
de 1974. Antes de eso, allí se alumbraban con cuquillos y quinqueles, unas
lámparas artesanales que iluminaban a base de trapo, aceite y fuego.
Es domingo y a
primera hora de la mañana, los paisanos de La Algaida comparten
historias a las puertas de la
Cantina y el Estanco. Los dos locales están adosados uno al
otro. Allí hay todo lo que un hombre puede desear después de haber atendido su
labor en el campo: café, tabaco, comida, licor y una buena conversación.

En la pared de
la Cantina hay una leyenda en
relieve. Desde una raya marcada a la altura del pecho de un peatón hasta el nivel medio de las aguas en el puerto de Bonanza hay 5’11 metros. O había. Los había hace un siglo, cuando se fundó
la Colonia de
la Algaida y se creó un pueblo donde antes no había
más
la Cantina que los primeros
colonos se establecieron aquí en 1907, pero fue en 1914 cuando llegó la
fundación del pueblo con papeles. 99 años llevan disfrutando con todas las de la ley de la
fertilidad inagotable de este suelo. En un principio, la tierra se repartió
en 200 parcelas. 196 para 196 colonos y 4 para usos comunales. Incluso había un
pinar para todos, pero la codicia acabó con sus árboles ya que los de
La Algaida preferían cultivar
la tierra en vez de recoger piñones o madera. Los pinos acabaron convertidos en
viñas y navazos, que así llaman a los terrenos aptos para sembrar hortalizas.

19 de diciembre
de 1974. Bien que recuerdan la fecha de la llegada de la luz. Con menos
exactitud se acuerdan de la fecha en que tuvieron agua potable: fue a comienzos
de los 70. Hasta entonces, los retretes eran eso: casetas “retiradas” para
hacer las necesidades. Y las basuras se enterraban. ¿Transporte público? Sí:
caballos, mulas y burros.
He pasado media
hora hablando con los catedráticos de
la Cantina de
La Algaida. Todo ha empezado
pidiendo permiso para sacar unas fotos. Ni un mal gesto. Alguno incluso ha
compuesto una pose. Un hombre menudo exhibe con orgullo sus clásicos pantalones
de agricultor, con sus rayas verticales y una faja ajustada a la cintura. Antes
se vestían así para trabajar. Hoy los luce como la mejor ropa de domingo. El
más joven de todos aún no ha dormido. Sigue bebiendo cerveza después de una
noche en vela y se mantiene tieso como un roble, con su casi uno

noventa de
altura. Al despedirme dice que la próxima tendré que convidarle a algo. Pero
antes de irme, un abuelo que exhibe sus juanetes a través de las chanclas nos
cuenta un chiste de la época en que las casas se iluminaban con cuquillos y
quinqueles. Dice que no se malgastaba el aceite, que había poco y costaba mucho
dinero. Era el mismo aceite que se usaba para los guisos. El chiste trata de un
buen hombre que iba todas las mañanas con un pedazo de pan a los pies de la
virgen para preguntarle si podía mojar o no su chusco en el aceite de la lamparita
que había a su vera. ¿Mojo o no mojo?, le decía a la virgen. Como ésta no le decía
nada, él mojaba y podía bañar su pan en aceite para desayunar. Enterado el cura
de la travesura del feligrés, le pidió a un monaguillo que se ocultase tras los
ropajes de la virgen para responder al pícaro. A la mañana siguiente volvió a
preguntar. ¿Mojo o no mojo? El chaval respondió con un rotundo no, a lo que el
hombre contestó que no le había preguntado a él sino a su madre.
Comentarios
El Hijo de La Dolores.